Vídeo y post a partir del coloquio sobre el libro “Por qué fracasó la democracia en España”, con el autor Emmanuel Rodríguez y el activista David Fernández
¿Cómo se promueve el cambio político? ¿Quiénes se constituyen como sujeto político en el proceso de transformación? ¿Con qué medios y qué proyecto? Estas fueron las preguntas que motivaron el coloquio de la semana pasada en torno al nuevo libro de Emmanuel Rodríguez, que contó con la participación de David Fernández, Laia Forné y el propio autor. “Por qué fracasó la democracia en España” es una indagación histórica de rabiosa actualidad porque nos ayuda a entender la agitada época que cristalizó en el Régimen del 78, y a ver que los problemas políticos siguen siendo, en esencia, los mismos.
Al parecer de Emmanuel Rodríguez, hay dos cuestiones que debemos afrontar y sobre ellas pivotó el debate. En primer lugar, el problema de la representación. Toda movilización se compone de determinadas fuerzas de cambio y de sujetos que tratan de darles una dirección. Echando la mirada atrás, el libro sostiene que el partido en condiciones de representar y dirigir el cambio durante la transición (PC, PSUC) optó por sacrificar su aparato de movilización para jugárselo todo a las elecciones. Algo que David Fernández quiso resumir como “el cierre de la Transición por arriba”, que llevaría a la rápida destrucción del partido, la disolución de un contrapoder ciudadano preñado de potencialidades y la ascensión del PSOE, un partido sin presencia en la calle. Pero como sucedió entonces, el gran reto para los actuales proyectos de cambio vuelve a consistir en definir qué es el partido, cómo tiene que relacionarse con el movimiento y cómo puede llevar el movimiento más allá. ¿Puede la actual izquierda movilizada construir un “partido de los movimientos”, con una arquitectura que articule la relación entre movimiento e institución? ¿Cómo evitar un mero recambio de élites al tiempo que se fomenta la ruptura democrática?
La segunda gran cuestión tiene que ver con la relación y composición entre clases sociales, o lo que antes se conocía como “correlación de fuerzas”. ¿Quiénes son los agentes sobre los que se sustenta la movilización? ¿Pueden grupos sociales que comparten condiciones de experiencia divergentes componerse como sujetos capaces de articularse políticamente y de constituirse como motor de cambio histórico? Las movilizaciones de los 70 supusieron la cristalización de la clase obrera como sujeto políticamente activo capaz de abarcar un amplio espectro social, desbordando los límites del proletariado urbano para incluir a universitarios y profesionales de clase media. El movimiento obrero fue un motor de radicalización democrática para otros sujetos, desde mujeres a ecologistas, pasando por presos y marginados. Un proyecto político que generó órganos de democracia social como las asambleas vecinales, capaces de gobernar y producir territorio, y cuyas luchas (por los ambulatorios, por las escuelas, y por tantos otros servicios) están en el embrión del Estado del Bienestar.
Sin embargo, la desarticulación del movimiento dio paso a la idea de una sociedad de clases medias, basada en el surgimiento de nuevos grupos profesionales vinculados a los servicios. Alrededor de esa ficción se desarrolló la nueva democracia liberal y un singular Estado del Bienestar (sistema dual en el acceso sanitario/educativo, propiedad de la vivienda como elemento central para la reproducción social) así como un modelo económico fuertemente basado en la acumulación inmobiliario-financiera, capaz de garantizar estabilidad política para los intereses oligárquicos. Hasta la crisis de 2007-08. El estallido de la burbuja anunció también la quiebra de un amplio abanico social ya en larga decadencia, sobre el que se apoyaba la ideología de la sociedad de clases medias.
Ahora bien, ante la caída de la ficción de la sociedad de clases medias, ¿existen las condiciones subjetivas y materiales para la formación de un verdadero sujeto político, capaz de presentar batalla? Para Emmanuel Rodríguez, no hay duda de que los segmentos precarizados de clase media se vienen componiendo como sujeto político prácticamente desde los años 80. Sin embargo, el cambio social, la formación de contrapoder, pasa por alianzas entre ese “precariado”, un proletariado crecientemente fragmentado (etnificado y feminizado) y la vieja clase trabajadora de cuello azul. Por su parte, David Fernández quiso señalar que mientras que el primer grupo se moviliza electoralmente, el segundo y tercero apenas lo hacen. De hecho, fue más lejos al afirmar que es fundamental la articulación sociopolítica, más allá de la movilización electoral. Es decir, sin redes de solidaridad como el cooperativismo autónomo de los años 1930s, o el obrerismo y el asociacionismo vecinal de los 1970s, difícilmente puede emerger un sujeto político.
En este sentido, cabe preguntarse cuál es el papel de las nuevas formas de solidaridad y sindicalismo social. ¿Pueden constituir una base para alianzas interclasistas, y la formación de un sujeto político transversal? ¿Acaso no ha demostrado la PAH una tremenda capacidad para combinar la auto-organización entre segmentos sociales muy diversos con el objetivo de convertir la máquina de crecimiento inmobiliario-financiera en una máquina democrática que asegure la reproducción social? En el camino hacia la ruptura democrática, y en pleno proceso de asalto institucional, se hace imperativo pensar en la representación y en la composición de sujetos políticos partiendo de las prácticas autónomas ya existentes en el territorio.