
Un fantasma recorre Europa. Con la coronación de Trump todavía en la retina, nos adentramos en un 2017 que podría llegar a obsequiarnos con la de Le Pen en Francia. Lo más sorprendente es hasta qué punto esta oleada reaccionaria ha arraigado en muchos feudos de tradición obrera: barrios históricamente articulados por valores de solidaridad, donde los votos al populismo de derechas se multiplican. Si alguien cree que la Cataluña metropolitana es inmune a este proceso, más vale que abra los ojos: los sentimientos antiestablishment y anti-inmigración que ha capitalizado la ultraderecha europea también arraigan en nuestras periferias urbanas. De hecho, no hay que ir muy lejos para encontrar experimentos electorales que ya hayan sacado provecho, desde la xenofobia de Albiol y el PP, hasta el nuevo españolismo de Ciutadans.
Dicho de otro modo, la nueva derecha todavía no constituye un fenómeno de masas aquí, pero sí las pasiones que la alimentan. ¿De dónde proviene este resentimiento bipolar, contra los de arriba y los de bajo, contra “los políticos” y “los de fuera”? Es una de las preguntas más urgentes de nuestros tiempos. En busca de respuestas, podemos invocar la crisis y las políticas de austeridad. Pero de poco nos servirá hacerlo si no miramos cuáles son las tendencias de fondo que estas sacudidas han acelerado. Raso y corto: el triunfo del populismo xenófobo que se extiende como una mancha de aceite es el reverso de la crisis de la clase media como horizonte ideológico. Una ideología que consistía en negar precisamente la existencia de clases y, por lo tanto, de cualquier antagonismo social, pero que dependía de la capacidad del mercado y del Estado para materializar las aspiraciones de una amplia mayoría. Esto es lo que está realmente en juego.
¿De clase trabajadora a clase media?
En realidad, la creación de la “clase media” como construcción política (como fenómeno de masas y más allá de la pequeña burguesía) es reciente en la historia del capitalismo. Desde Marx hasta muy entrado el siglo XX, buena parte de los análisis entendían que las sociedades occidentales se caracterizaban por la división entre capital y proletariado, propietarios y clases peligrosas. Pero el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial puso las bases para el nacimiento de un amplio sustrato de “clases medias”. Hicieron falta muchos cambios para llegar: un modelo productivo que generaba tasas de beneficio ascendentes al mismo tiempo que prometía salarios crecientes, la absorción de las relaciones y conflictos entre capital y trabajo por parte del Estado y unas normas de consumo que aseguraban determinados niveles de vida.