
Abres La Vanguardia digital. Como casi siempre ocurre, lo que no dice, explica más que lo que narra. Tan solo cuatro noticias separadas por dos cliks: “Vecinos denuncian con vídeos explícitos la degradación de la calle Robador”; “El Salón Náutico de Barcelona celebra una jornada marcada por la innovación y la tradición”; “Fira de Barcelona apuesta por la tecnología y a sostenibilidad”; “La gran demanda y la poca oferta disparan el alquiler en Barcelona”.
A primera vista, cosas exóticas que pasan en la ciudad. Con una mirada más precisa, demonización de zonas degradadas, mecanismos naturales de mercado y celebración de los polos económicos de la ciudad. Y ya mirando qué es Barcelona y cómo se ha construido, estas cuatro noticias nos hablan de un modelo urbano de especialización económica que incentiva la producción de fracturas sociales y territoriales para asegurar los circuitos de acumulación de capital. Y por mucho que lo insinue el Grupo Godó, esto no ocurre por generación espontánea. Es a través de alianzas entre el sector público y el privado. Es gracias a que el sector público asume el riesgo –invirtiendo en grandes infraestructuras y remodelaciones urbanas– y el privado extrae beneficio. Es en medio de luchas entre ciudades globales por el control de mando de los fondos de capital. Esto es gobernar el territorio como una mercancía ignorando el alto coste social de los procesos de segregación urbana y exclusión social.
El geógrafo David Harvey llama “empresarialismo urbano” a esta forma de gobernar la ciudad a través de imperativos económicos. Un cambio de modelo histórico en la forma de gestionar el territorio que no surgió por evolución natural, sino que caminó arropado por insistentes intervenciones públicas que se dieron a diferentes escalas (locales, regionales, estatales, globales). Para entendernos, un resumen en algunos párrafos.
La crisis de beneficio industrial durante los 70s, llevó a una reordenación del territorio y del circuito del capital a nivel europeo. La respuesta ante la crisis de modelo de la ciudad-fábrica fue apostar institucionalmente por una profunda reorganización urbana que prometía modernizar, actualizar y rehacer la ciudad. Las ciudades pasaron a ser agentes con comunicación directa con mercados financieros y empezaron a competir entre ellas para atraer inversión y garantizar ventajas competitivas. Las ciudades tenían que especializarse, tenían que tomar un papel determinado en ese proceso de acumulación ampliado sobre el territorio. En eso insistían las grandes coaliciones económicas y las elites dominantes.
Barcelona, como el conjunto del territorio del Levante y el Mediterráneo, se inserta en la lógica del capital turístico-inmobiliario, que absorbe gran parte de las rentas urbanas producidas socialmente en la ciudad. Estas dinámicas de extracción de renta urbana a través de la construcción de monopolios que monetizan algunos segmentos de ciertos sectores productivos (turístico, inmobiliario, financiero) se combinan con el desarrollo de sectores como el logístico o el industrial. La región Barcelonesa “mueve” –más que “produce”– mucho: tiene el principal puerto del mediterráneo, la principal petroquímica, un gran territorio metropolitano en el que ampliar la inversión. El capital financiero, al que poco preocupan los efectos territoriales a nivel local de sus inversiones y sus prácticas especulativas, tiene un papel fundamental en el conjunto de este proceso. Como resultado tenemos flujos de capital que campan a sus anchas por el territorio sin ningún control democrático, sin ninguna soberanía por parte de los territorios, con múltiples y decadentes impactos sociales.
Barcelona es una máquina de producir renta en base al suelo y eso irradia a toda la metrópolis: escala residencial, logística, industrial, infraestructuras. La eclosión del ciclo inmobiliario y la consolidación de la crisis financiera dieron un nuevo giro al proceso de desarrollo de Barcelona, no sólo en términos urbanísticos sino en el conjunto de la vida metropolitana. Barcelona ha crecido con una fuerte dependencia del desarrollo inmobiliario pero apenas ha construido parque público; Barcelona depende de las rentas del turismo pero a base de trabajo precario y tasas turísticas dedicadas a la mera promoción; Barcelona tiene una enorme dependencia del capital financiero pero no se ha consolidado como polo financiero ni tiene mecanismos de control sobre los flujos financieros; la Barcelona democrática se construyó bajo la promesa de un modelo de centros urbanos múltiples pero la centralización urbana y las desigualdades sociales a nivel territorial han ido en aumento. Una parte del poder urbano se concentra en instituciones público-privadas involucradas en el desarrollo urbano (Foment Ciutat Vella), organismos encargados del turismo (Turismo de Barcelona), autoridades encargadas de la administración de grandes equipamientos (La Fira, El Port) o entidades financieras con control sobre servicios básicos de la ciudad (Caixabank).
Pero La Vanguardia y tantos otros medios no dicen nada de eso. Solo nos muestran lo que pasa en la ciudad de manera…neutra. Tan neutra como neutra es la lejía. Pocas cosas explican mejor una ciudad como su modelo económico. Tal vez por ese mismo motivo, pocas cosas se han normalizado tanto como explicar el modelo económico de una ciudad relatando una evolución natural salpicada por problemas contingentes y plagada de éxitos que los justifican. El modelo económico de una ciudad no es en absoluto la historia lineal de dinámicas de oferta y demanda. Pero si pensamos la economía como un espacio de interacción libre y abierto entre empresas, consumidores e inversores, es probable que esa fantasía acabe por cuadrarnos bastante.
Estamos huérfanos de investigaciones, debates públicos y espacios de opinión que articulen la geografía metropolitana, económica y cultural de la ciudad: el papel de las periferias, el papel de las élites, el papel de las narrativas críticas o disidentes, el papel de una particular gobernanza urbana y su rumbo institucional basados en el consenso y el rentismo. Todas esas capas son espacios de conflicto continuo desde los que se produce ciudad pero quedan camuflados bajo narrativas mediáticas, relatos partidistas o en la caja de caudales de la academia.
Pero nada de pensar esto como bajona. Ni de broma. De poco sirve excusarse en el mal papel que imprimen algunos oligopolios mediáticos y en lo poco que podemos hacer. La tarea y la responsabilidad de producir análisis crítico para poder organizar mejor respuestas emancipatorias es completamente nuestra. Frente a la extorsión y la dispersión, organización, organización, organización –y leer a Marx–.